Como vimos en el artículo sobre los inicios de la 5ª raza aria, alrededor del año 60.000 a.C. el Manú guió a ciertas familias escogidas para que se ubicaran en cada uno de cuatro valles que abrazaban el Mar de Gobi con el objeto de desarrollar en cada uno de ellos a las futuras cuatro subrazas, para ser enviadas posteriormente a diferentes partes del mundo.
Del año 40.000 al 20.000 a.C., el Manú Vaivasvata se ocupó principalmente en la formación de estas subrazas, y tanto él como su inmediato grupo encarnaron durante aquellos veinte mil años en las comarcas destinadas a la propagación de estas subrazas.
Cuando las subrazas salieron a cumplir su destino, el primitivo imperio ya estaba muy decaído. Los mongoles y turanios, sometidos desde mucho tiempo atrás por los arios; recobraron la independencia, y el reino cuya capital era la Ciudad del Puente quedó sumamente reducido. El pueblo, sin alientos para construir, vegetaba entre las ruinas de la magna obra de sus antepasados, tal como sucede actualmente en muchas civilizaciones a lo largo y ancho del planeta.
Los egos más avanzados, que por virtud de la educación recibida demostraban talento y disposición, encarnaban habitualmente en otras civilizaciones hermanas. De esta forma, iba descendiendo el nivel de desarrollo del Estado matriz. Asimismo el comercio estaba muy reducido y la población se dedicaban tan sólo al cultivo y pastoreo. El núcleo central del reino se mantenía aún unido, pero las comarcas periféricas se habían proclamado independientes.
Hacia el año 18.800 a.C. había ya terminado por entonces la tarea de formar y establecer las subrazas segunda, tercera, cuarta, y quinta en sus respectivos destinos y el Manú, cumplidas las emigraciones y establecidas las subrazas, volvió su atención hacia el núcleo raíz de la raza, es decir, la población que todavía restaba del imperio ario, edificado desde las costas del Mar de Gobi. Esta población había que trasladarla a la India, país escogido para su ulterior evolución, la cual sería considerada como la primera subraza aria, la hindú.
Por aquella época, en la India había una civilización atlante que había llegado al último extremo de su decadencia. Sus clases aristocráticas eran perezosas y egoístas, aunque todavía quedaban restos de bellas letras y copiosa tradición de conocimiento oculto. Tenía muy debilitado su espíritu guerrero, y la riqueza del país, deplorablemente perdida, despertaba la codicia de otros pueblos más fuertes, capaces ya de conquistarla.
La migración completa de la raza aria de su central solar asiático fue necesario por las siguientes razones:
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Porque Shamballa había de quedar en la soledad, pues por entonces había terminado la obra llevada a cabo en contacto con el mundo, y la raza debía seguir creciendo sin vigilancia externa.
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Porque era preciso arianizar la India.
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Porque la raza había de emprender la marcha, antes de sobrevenir el futuro cataclismo que había de alteraría bastante la región de Asia central.
El Manú no había encarnado en el seno de la raza raíz desde que guió la emigración de la cuarta y quinta subrazas, esto es, desde el año 20.000 a.C., por lo que su recuerdo era poco menos que mítico en Asia central; y pocos siglos antes de la época que estamos considerando se habían suscitado discusiones acerca de si se debían o no observar las leyes del Manú que prohibían el matrimonio con extranjeros.
En la mencionada época (año 18.800 a.C.) Marte era rey de una tribu del imperio ario que sufría mucho por las incursiones de otras tribus con las que continuamente estaba batallando para sostener la suya, amenazada de aniquilación. Se le presento el Manú en sueños y le ordenó que guiase su tribu hacia el sudoeste para entrar en tierra de la India, destinada a la futura residencia de la raza. Le encargó que luchase lo menos posible durante la marcha, ni atacase a quienes le dejaran pasar tranquilamente.
Le dijo además que, en un futuro próximo, toda la raza aria raíz seguiría el mismo camino.
Marte, antes de transmitir a su pueblo el sueño que había tenido, les fue preparando para que estuviesen dispuestos para la marcha.
Casi todos le obedecieron, pero un antiguo conocido, Alastor, protagonista de una de las mayores desavenencias durante la segunza subraza aria (árabe), de nuevo ejerció el papel de rebelde dirigiendo a los pocos que se negaron a seguir a Marte, aseverando que no iban a dejar su vieja patria y sus históricas enseñanzas por el sueño histérico de un hombre rendido y desesperado. Alastor llegó aún mucho más lejos, porque además de fomentar la revuelta en contra de la migración, reveló a las tribus enemigas la ruta que seguiría la migración hasta la India. Alastor fracasó y fue ejecutado por esta traición a su propio pueblo.
Marte emprendió la marcha el año 18.875 a.C. y tras muchas penalidades y no pocas escaramuzas (pues, sin atacar, se veía atacado), llegó a las dilatadas llanuras de la India, y durante algún tiempo disfrutó de la hospitalidad de Viraj, su compañero en muchas vidas, que en aquélla época era el rey Podishpar, cuyos dominios se extendían por la mayor parte de la India septentrional.
Además se consolidó la alianza gracias al matrimonio de Corona, hijo del rey Podishpar, con Brhaspati, hija de Marte y viuda de Vulcano, muerto en una de las refriegas sostenidas durante la marcha.
Al mismo tiempo, en la India meridional existía un vasto reino gobernado por el rey Huyaranda, cuyo sumo sacerdote se llamaba Sûrya. Muchos años antes de la migración, Sûrya ya había advertido al rey que por mandato de los dioses iban a llegar gentes extranjeras.
Por ese motivo, cuando la migración llegó a las llanuras del norte de la India, el rey Huyaranda envió a su príncipe heredero para que fuese a su encuentro, les diera la bienvenida y los asentara en el país.
Una vez se establecieron la relaciones, Sûrya consideró que los «narigudos extranjeros del norte» eran muy aptos para el sacerdocio y podrían mantener hereditariamente el oficio sacerdotal.
Aquellos que aceptaron la propuesta y abrazaron el estado sacerdotal fueron los antecesores de los futuros brahamanes del sur de la India, los cuales se abstuvieron de contraer matrimonio con los indígenas y formaron una clase social separada del resto.
Otros se enlazaron matrimonialmente con la aristocracia tolteca, arianizando poco a poco a las clases superiores del país, dominando así los arios, pacíficamente, todo el sur de la India. Adicionalmente, el príncipe heredero murió sin sucesor y el pueblo puso en el trono a Heracles, segundo hijo de Marte y primer monarca de la dinastía aria.
Posteriormente emigraron els resto de tribus que quedaban en Asia Central. A todas las que inmigraron a la India se les consideró la primera subraza.
Sobre el año 13.500 a.C. el reino ario de la India meridional envió una importante expedición a Egipto por intermedio del Manú. La expedición tomó la vía marítima de Ceilán hasta el mar Rojo. La expedición no tenía por objeto colonizar Egipto, pues este país era ya un poderoso imperio, sino más bien asentar allí, bajo el dominio del gobierno egipcio, una benéfica, potente y civilizadora influencia.
Súrya era de nuevo el sumó sacerdote egipcio, como lo habla sido ya cerca de tres mil años antes en la India meridional. De la misma forma que entonces, preparó el camino a los arios, informando al Faraón de su próxima llegada y aconsejándole que los acogiera favorablemente. Escuchó el Faraón el consejo, y poco después, por insinuación del mismo Súrya, enlazó en matrimonio su hija con el rey ario, nombrándolo por ello heredero de la corona. De este modo, una vez falleció el faraón, quedó pacíficamente establecida en Egipto una dinastía aria.
Gobernó gloriosamente esta dinastía por algunos milenios, hasta que el hundimiento de Poseidonis -año 9.564 a.C.- provocó la inundación del país y todos los habitantes tuvieron que refugiarse en las zonas montañosas. Sin embargo, pronto se retiraron las aguas y recobró el país su antiguo esplendor. El historiador Maneto se refiere evidentemente a la dinastía aria, cuando dice que Unas fue el último rey de la quinta dinastía. Bajo el reinado de los Faraones arios cobraron su mayor fama las escuelas de Egipto, y durante mucho tiempo presidieron el saber del mundo occidental.
Egipto fue el segundo gran imperio de la primera subraza. Desde Egipto se infundó la sangre aria en varias tribus del África oriental. Esto fue así hasta el punto de que algunos de los tipos ínfimos de las civilizadas cuarta y quinta subrazas arias estaban notoriamente menos adelantados que los zulúes.
El Manú se valió del reino de la India meridional como de un subsidiario centro de irradiación en coyunturas similares a la de la arianización de Egipto. De esta forma envió también colonos a Java, Australia e islas de Polinesia, según puede comprobarse hoy en día los rasgos arios en los polinesios de tez morena.
Mientras todo esto se llevaba a cabo en el sur de la India, seguía trabajando el Manú en el gradual transporte de su raza, desde el centro de Asia al norte de la India.
Una de las primitivas emigraciones se estableció en el Punjab. Otra masa emigratoria se dirigió hacia oriente para asentarse en Assam y norte de Bengala.
Otra expedición tuvo lugar por el año 17.520 a.C. por la misma ruta que habla seguido Marte más de mil años antes, asentándose en un campamento fuertemente atrincherado entre las actuales Jammu y Gujranwala, para proseguir posteriormente hasta donde hoy se levanta Delhi, y edificaron en aquel imperial paraje la primera ciudad, a la que dieron el nombre de Ravipúr o Ciudad del Sol.
Una de las más numerosas emigraciones del reino central ocurrió el año 15.950 a.C. y estaba formada por tres poderosos ejércitos. Uno pasó a Bengala por Cachemira y Punjab. Otro cruzó el Tibet para llegar a Bhután y de allí a Bengala. El tercero atravesó el Tibet, demandó Nepal y prosiguió hasta encontrarse con los otros dos cuerpos de ejército en Bengala.
Para señalar la importancia de esta emigración de tan lejano alcance, baste decir que tomaron parte en ella diez personajes que en la actualidad son Maestros.
Desde aquella época en adelante hubo continuas inmigraciones hacia la India procedentes del Asia central. En ocasiones fue en partidas sueltas, otras en considerables ejércitos. Durante miles de años se sucedieron las oleadas emigratorias, y algunos arios de talento estudiaron la filosofía de los toltecas, a quienes dieron a veces el nombre de nágas.
A las clases inferiores de la población atlante, compuestas en su mayor parte de los morenos tlavatlis, les llamaron dásyas, mientras que a las gentes negras, descendientes de los lemurianos, les apellidaban daityas y takshakas.
Estas continuas emigraciones dejaron despoblado el reino de Asia central allá por el año 9.700 a.C.
Las convulsiones provocadas por el cataclismo de 9.564 a.C. que condujeron al hundimiento de Poseidonis, arruinaron la Ciudad del Puente y derruyeron la mayor parte de los magníficos templos de la isla Blanca.
Las últimas partidas de emigrantes tuvieron alguna dificultad en llegar a la India, pues quedaron detenidas en el Afghanistán y Baluchistán durante unos dos mil años. Muchos murieron a manos de los mongoles que depredaban su territorio, y el resto pudo al fin abrirse camino por las llanuras ya densamente pobladas.
Cuando el Manú tuvo a todo su pueblo establecido en India, surgió el riesgo de que la sangre aria se atenuase hasta quedar en mero vestigio entre la enorme mayoría de atlantes y atlanto-lemurianos de la zona, por lo que prohibió nuevamente el matrimonio con extranjeros. Hacia el año 8.000 a.C. estableció el régimen de castas, con propósito de prevenir ulteriores adulteraciones y que pudieran perpetuarse las ya efectuadas.
En un principio, estableció el Manú tres castas tan sólo: brahmana, râjana y visha. La primera comprendía los arios de pura estirpe; la segunda, los arios con mezcla de tolteca; y la tercera, los arios con sangre mongol.
De aquí provino el llamar varnas o colores a las castas, pues los arios puros eran blancos, los ario-toltecas, cobrizos, y los ario-mongoles, amarillos. Los individuos de distinta casta podían contraer matrimonio entre si, pero posteriormente se consolidó la costumbre de que los matrimonios debían contraerse únicamente entre individuos de una misma casta.
Más tarde, ni siquiera los que eran arios mestizos quedaron comprendidos en la genérica denominación de shúdras, aunque en muchos de estos individuos tuvieran un ligero tinte de sangre aria.
Josep Gonzalbo
Referencias:
- Arthur Powell (1930). El Sistema Solar. Buenos Aires. Editorial Kier.
- Annie Besant; C.W. Leadbeater (2005). El Hombre: de dónde y cómo vino y adónde va. Madrid. Editorial Luis Cárcamo.
- W. Scott-Elliot (1896 & 1904). The Story of Atlantis & The Lost Lemuria. Versión electrónica.