Sagitario: interpretación del trabajo de Hércules

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Hércules mata a las aves del lago Estínfalo. Alberto Durero. 1500.
Hércules mata a las aves del lago Estínfalo. Alberto Durero. 1500.
En el noveno trabajo, bajo el signo de Sagitario,  Hércules debía de ahuyentar a unos pájaros radicados en un pantano y que hacían estragos en la zona. Eran grandes y feroces, con pico de hierro afilado como espadas y plumas como dardos de acero. Eran tantos, que impedían el paso de la luz del Sol. De todos ellos, habían tres que sobresalían por su tamaño y voracidad.
Nada más aproximarse, Hércules fue acechado por estos tres pájaros más ostensibles y defendiéndose con su garrote evitó tan sólo que su ataque fuera a más. Después les lanzó numerosas flechas abatiendo tan sólo a unos pocos, por lo que resultó una solución inútil.
Hércules recordó entonces el consejo del Maestro:
La llama que brilla más allá de la mente revela la dirección segura
Y así, decidió emplear dos címbalos grandes de bronce que emitían un agudo sonido sobrenatural; un sonido tan penetrante y desagradable que podía asustar a los muertos.
Para el mismo Hércules el sonido era tan intolerable, que se tuvo que tapar ambos oídos con almohadillas.
Al anochecer, cuando la ciénaga estuvo repleta de innumerables pájaros, Hércules, golpeó bruscamente los platillos una y otra vez, provocando un estruendo y un ruido tan estridente que él mismo apenas podía soportarlo.
Aturdidos y perturbados por tan monstruoso ruido, las aves de presa se elevaron en el aire y huyeron con frenética prisa para nunca regresar. El silencio se difundió entonces a través del pantano y volvió a apreciarse de nuevo el delicado fulgor del sol poniente en la tierra.
Las aves devoradoras de hombres que estaban ocultas en la maleza del pantano simbolizan al conjunto de todos nuestros hábitos y vicios mentales que asolan nuestras vidas o que impiden ver el verdadero trabajo a realizar.
Como las aves ocultas, no somos conscientes de la fuerza y del impacto que generan nuestros pensamientos y palabras sobre nuestras vidas y sobre todo los que nos rodea. Se ha dicho ya inumerables veces: “la energía sigue al pensamiento”.
La repetición de esos pensamientos y palabras por la humanidad ha generado desde el origen del hombre, allá por la raza Lemur, los llamados egregores. Los egregores son pues, formas psíquicas creadas por la humanidad a través del tiempo.
Las aves del mito radicaban en las aguas del pantano, señalándonos que estos egregores pueden tener una naturaleza kama-manásica, es decir que los egregores son una mezcla de deseo y de forma psíquica.
Desde el momento que en un grupo de personas enfoca su atención de manera repetitiva hacia un punto determinado está generando un egregor. Los egregores influyen en nosotros a través del campo etérico y están allí como un fruto kármico que poco a poco deberemos ir diluyendo.
Por ello, cuando hablemos de karma habremos de recordar que en esencia, nosotros somos los verdaderos creadores de nuestro destino, por cuanto somos los responsables de la repetición inconsciente de formas psíquicas que determinan gran parte de lo que nos acontece a través de los egregores.
De esta forma, una acumulación de pensamientos negativos de determinado orden puede ser el origen de determinadas enfermedades pudiendo llegar a afectar a la humanidad en su conjunto.
Un egregor no tiene por qué ser fundamentalmente negativo, podemos generar también egregores que sean positivos para el bien de la humanidad, como es el caso de algunos ya creados por los hombres y mujeres de buena voluntad.
Pero ya sean buenos o malos, en todo caso estos egregores o formas psíquicas obstruyen nuestra visión de la Luz, como las aves de Estinfale en el mito de Hércules.
Los egregores no pueden vencerse con los instrumentos de la personalidad, como le sucede en el mito a Hércules con el garrote, no tenemos posibilidad alguna. Resulta inútil desprenderse de alguno de ellos desde la propia mente como cuando simbólicamente Hércules lanza las flechas a las aves de forma inútil.
Tan sólo podemos liberarnos, como afirmaría Krishnamurti, enfocando nuestras vidas desde un plano superior a la mente, y como aconseja el Maestro en el mito “La llama que brilla más allá de la mente revela la dirección segura”.
Nos elevamos de la misma forma que nos muestra el símbolo de Sagitario, apuntando a metas indefinidas, como cuando con nuestra personalidad aspiramos sin más unirnos a nuestra naturaleza divina, apuntando hacia una senda de Luz que conduce a lo eterno.
La aspiración es la fuerza con que Sagitario lanza la flecha que simboliza el antakarana surgiendo de la mente inferior tras la búsqueda de la mente superior.
Es lo que simbolizan los címbalos que hace resonar Hércules. Un platillo representa a la personalidad y el otro a nuestro Yo Superior. Además, ambos platillos están unidos por una cuerda de cuero que simboliza el antakarana.
La voluntad del discípulo consigue que al unirse espíritu y forma, libere el sonido en el cuerpo etérico, la chispa que nos orienta hacia la Luz, disgregando así a los elementales de los egregores que condicionan nuestras vidas.
Sagitario es conocido como el signo del silencio. La práctica de la atención en nuestra vida cotidiana es el resonar de los címbalos que evitan la generación de los egregores más habituales, como son: la maledicencia o crítica hacia otras personas, nuestras conversaciones egocentradas, la carencia de empatía, la incapacidad de escucha, las actitudes y reacciones automáticas o nuestros comportamientos gregarios.
Esta práctica de la atención nos permitirá ahuyentar a los egregores en dos fases: en una primera vislumbramos los egregores inferiores o superiores, individuales o colectivos, positivos o negativos, que nos determinan y, en una segunda fase, desde ese silencio, seleccionaremos la actitud correcta ante la circunstancia dada.
A través del trabajo de Hércules en Sagitario comprendemos que para acceder al quinto reino de la naturaleza el díscípulo ha de restringir la palabra y controlar el pensamiento.
Josep Gonzalbo

Referencias:

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