Habitualmente estamos hipnotizados por nuestros pensamientos, ideas y creencias sobre las personas, objetos y situaciones con los que interactuamos. Nuestra atención va saltando, a veces de forma descontrolada, de un punto a otro, o es capturada por nuestras preocupaciones y estados de malestar.
De esta forma, puede suceder, por ejemplo, que estemos ante un paisaje muy bello, pero interiormente, estemos centrados en el disgusto que tuvimos esa mañana en casa o en el trabajo. Entonces, ese conflicto es lo que es real en ese momento.
Estamos allí, ante ese paisaje, pero realmente no estamos.
Por ello, vivimos como dormidos, abstraídos por nuestros pensamientos, por las ideas y concepciones que tenemos sobre las personas y los objetos que nos circundan.
La vida espiritual puede definirse como la búsqueda incesante de la divinidad que hay en nosotros mismos. En esa búsqueda, es necesario que progresivamente nos vayamos desidentificando de nuestras ideas, concepciones, sentimientos y experiencias. La práctica de la Atención es el camino que conduce en ese sentido.
Gracias a la Atención, conseguimos abrirnos totalmente al presente para permitir que lo que nos acontezca en ese instante, nos inunde. Supone una apertura de nuestro interior a la experiencia y a los hechos. Como dice Antonio Blay:
“Se trata de no «cerrarse» al impacto de lo exterior, de no «filtrarlo» a través de la mente y de su censura, sino de abrirse totalmente (…) Es vivir el presente de un modo directo, inmediato, sin intermediarios, con la mente y el corazón abiertos. Es ofrecer nuestra vida totalmente como respuesta inmediata a la situación. Y esto producirá en nosotros una actualización interna de fuerza, de realidad, de seguridad, de paz; así recuperaremos poco a poco lo que ha sido siempre nuestro.”
La práctica de la meditación nos conduce a momentos en los que se experimenta esa atención. Esta práctica es útil en su aprendizaje. Pero reducir el trabajo de la Atención a esos momentos concretos no es suficiente. La verdadera transformación se alcanza al extender esos momentos meditativos a lo largo de nuestra vida cotidiana.
A diario hacemos uso de estrategias evasivas y deformadoras de la realidad, para así adaptar el entorno que nos circunda y con el que interactuamos, a nuestros deseos y necesidades. La Atención incide en aceptar las cosas tal como son. Entre otras cosas, porque resulta fantasioso que yo espere que esta o aquella persona cambie para ser feliz, o que determinadas circunstancias sean diferentes para que yo alcance eso que deseo.
Hemos de dejar de acomodar nuestro exterior, de intentar cambiar lo que nos rodea -personas, objetos, situaciones- porque el único cambio posible radica tan solo en nosotros mismos, en nuestro interior.
Al hablar de la Atención, podemos creer que es algo similar a la concentración, más si cabe, al haber nombrado ya a la meditación. Pero no es lo mismo. Cuando nos concentramos, enfocamos toda nuestra energía en un punto determinado, y como el pensamiento al poco tiempo se distrae, mantenemos una lucha entre nuestro deseo de concentrarnos y el control de nuestra mente para que no se disperse. En la Atención, por el contrario, no hay ningún intento de control. Como dice Krishnamurti “Es una atención completa, lo cual quiere decir que uno pone toda su energía, sus nervios, la capacidad, el poder del cerebro, el corazón, todo, en el acto de atender. En la atención no hay control”
Cuando uno está Atento, no hay acción alguna que provenga del recuerdo, de experiencias pasadas, porque se modera el uso abusivo de procesar todo lo que nos acontece. Internamente ya no es necesario registrar el insulto, la alabanza, el que me presta atención o el que no, etc. Obviamente sí registramos aspectos relacionados con nuestra existencia, pero esto es diferente a emplear recuerdos de experiencias pasadas que guíen nuestra conducta en las interacciones diarias. Cuando afrontamos una situación desde estos recuerdos, o de ideas elaboradas a partir de ellos, simplemente, no estamos atentos.
Constantemente estamos valorando y juzgando las conductas y actitudes de quienes nos rodean. La Atención es una observación sin valoración, ausente de crítica y de prejuicios. Así, de esta forma, inevitablemente, nos abrimos totalmente a la experiencia presente, sin controles de ningún tipo. La experiencia presente vivida de esta forma, no está determinada por otras experiencias vividas, ni tampoco por lo que tendría que suceder.
La Atención es una observación sin valoración, ausente de crítica y de prejuicios.
La Atención no implica dejar de elegir situaciones, personas u objetos. Y, las que se nos presentan, hayámoslas elegido o no, las podemos vivir y experimentar, ahora sí, tal y como son.
Asimismo, nuestro mundo emocional capitaliza nuestras preocupaciones: las actitudes o conductas egoístas de quienes nos rodean, nuestras conductas egoístas (que nos pasan desapercibidas como tales), nuestras esperanzas y deseos frustrados, etc., etc.
La Atención nos auxilia en la superación de estos estados, en primer lugar, al identificar nuestros deseos, después, al descubrir su origen y, posteriormente, a valorarlos de forma crítica, honesta e impersonal.
En un principio será necesario que nos recordemos que todo lo exterior -personas, situaciones y objetos- no son la causa de nuestros problemas, tan solo son estímulos, son el resorte que activa todo aquello que está todavía por resolver, por desarrollar en nuestro interior.
Cuando apreciamos estos estados de malestar debemos iniciar inmediatamente este trabajo de superación.
Las emociones y deseos, una vez identificados y comprendidos, no deben ser ni reprimidos ni negados. Como energías que en definitiva son, podemos desviarlos hacia fines más nobles, más elevados, en definitiva, podemos transmutarlos.
Como podemos suponer, por medio de la Atención, la correcta comprensión de nuestros deseos y emociones interiores conduce irremisiblemente a la aceptación de esos mismos estados en nuestros semejantes. La Atención, en definitiva, desarrolla en nosotros un sentido de unidad con el resto de la humanidad, ya que conlleva, implícitamente, un abandono natural del conflicto y del malestar, tanto con los demás como con uno mismo.
Otro ámbito de la Atención consiste en identificar los pensamientos que tienen lugar en nuestra mente. Nuestras emociones, pasiones, deseos y sensaciones, son todas ellas racionalizadas por la mente, convirtiéndolas, en percepciones mentales. Por ejemplo, algunas personas sienten pánico por las alturas, otras no pueden soportar encerrarse en un ascensor, otros sienten un terrible agobio al verse rodeados de gente, otros desean estar siempre en compañía, y muchos tienen miedo a la muerte, a las enfermedades o al dolor físico. Estas percepciones mentales, al no estar atentos, nos predisponen positiva o negativamente en nuestra vida diaria, dependiendo de la polaridad de la emoción o del deseo que conlleve. Por tanto, nuestros pensamientos suelen estar teñidos de una amplia gama de materia emocional, cuerpo emocional y cuerpo mental funcionan al unísono. Así, el deseo de volver a experimentar una experiencia placentera requiere de la intervención de la memoria. De igual forma sucede con las experiencias desagradables a evitar.
En la vida cotidiana, la mente (concreta o inferior) determina los planes a realizar y moviliza al cuerpo para la acción de satisfacer o rechazar. En cierta forma, la mente es esclava de nuestros deseos, y nosotros, cuando vivimos dormidos, de ambos.
También nos identificamos con esa voz que, en nuestra cabeza, habla y habla sin parar, juzgando, valorando, criticando, quejándose, etc., y claro, nuestra realidad es dirigida caprichosamente por estos pensamientos que van de un lado para otro. Y lo que es peor aún, si no estamos atentos, la mente suele reaccionar automáticamente ante los estímulos que se le presentan. Por ejemplo, ante una situación concreta relacionada con alguna experiencia pasada negativa, la mente la valora como agresiva y acaba reaccionando atacando al estímulo.
Con la Atención conseguimos vivir esos pensamientos como algo distinto de nuestro ser, a la vez que se crea un espacio intermedio entre el estímulo que se nos presenta y nuestra respuesta. Es como cuando decimos “contaré hasta diez antes de reaccionar”: estamos generando un espacio intermedio. Este espacio nos impide reaccionar de manera automática, respondiendo de forma más habilidosa y desidentificada ante estímulo que se nos presenta.
Cuando estamos atentos, elegimos activamente sobre qué implicarse, sobre qué actuar, y seleccionar los pensamientos que tienen lugar en nuestra mente. Esto último es relevante si tenemos en cuenta que, cuando no estamos atentos, en ocasiones reproducimos pensamientos ajenos a nosotros, cuyas vibraciones giran a nuestro alrededor.
Por último, la Atención no es una actitud resignada o pasiva, es una observación total, es una observación participativa, y no distanciada o ajena, en la que se implica todo nuestro ser, por ello, nada le es indiferente.